Relación padres e hijos.
Este es un tema que tiene carácter permanente en la sociedad. Y como tal resulta interesante ventilar conceptos al respecto. Preguntarnos hasta dónde realmente los padres de familia somos absolutamente resposables de modelar a nuestros hijos. Cuando esta responsabilidad cada vez se diluye más entre diversos factores que intervienen en su formación. No obstante podemos imaginar como hubiera reaccionado el padre de Franz Kafka, de haber tenido acceso al contenido de la carta que le escribiera su hijo, reconocida hoy como obra literaria denominada "Carta al padre". La siguiente es esa posible respuesta que Hermann Kafka habriá escrito.
CARTA AL HIJO

Querido Franz:

Antes de contestar tu carta, porque no te voy a permitir contestarla por mi, como lo intentas hacer al final de ella, te voy hacer un breve recordatorio familiar: éste, que sería tu padre, Hermann Kafka, nació en 1852, y contraería matrimonio en 1882, con la mujer que sería tu madre, Julie Löwly, quien naciera en 1856. Una venta de artículos de fantasía, como negocio familiar sería la fuente de ingresos de la familia, negocio en el cual pondríamos todo nuestro esfuerzo para plasmar nuestros sueños de: ser felices formando una familia numerosa, es decir: crear, educar, alimentar, vestir; en fin: como personas normales, pensábamos como piensa cualquier pareja que se ame y que desee compartir sus vidas y sus sueños.
En 1883, habitando una humilde casa en Praga, un feliz 3 de julio, viniste a este mundo, digo feliz, porque no concibo a personas que no sean felices el día que se convierten el padres de familia, después con el tiempo uno llega a dudar de si las personas son felices de haber nacido. De esa casa nos trasladaríamos a otra un poco más cómoda, en Werizelplatz, donde nació tu hermano Georg, quien nos dejó muy tristes al morir a los quince meses de edad, tristeza a la que se sumaría la misma suerte de tu segundo hermano. No sé si dimensionaste esa tristeza igual que nosotros, tus padres, quienes queríamos un hermano para ti, pues eras aun muy niño.
Logramos reponernos de esos dos duros golpes, nos mudamos a otras viviendas y lugares, siempre en Praga, y dentro de nuestro sueño de una familia numerosa, nos sonrió de nuevo la dicha, en 1889, nació la que sería tu hermana Elli.

Tenías seis añitos y muy alegre iniciaste la escuela primaria, recuerdo como si fuera hoy, lo bien que te recibió y te trató la niña Bailly, que venía de Neuchätel.

Un año después, tú respondiendo muy bien en la escuela, hasta un reconocimiento por excelente estudiante obtuviste, y nace tu segúnda hermana, Valli.

Dos años después, esto ya lo debes recordar muy bien, pues ya tenías, casi los diez años, cuando nació tú tercera hermana, Ottla.

Quedaste reinando como el único hijo varón de la familia, entre tres bellas hermanas. Como estudiante, siempre te destacaste, aunque mostrabas más interés por la Geografía que por las Matemáticas.

En 1901 concluyes la secundaría. Ante tu buen desempeño, aceptamos tu decisión de ir a la Universidad Alemana de Praga a estudiar Derecho, pues nos serías de mucha utilidad en la administración del negocio familiar.

Tú adolescencia te marcó de tal manera, que muchas veces he pensado que nunca salis-te de ella, en ella comenzaste a revelarte contra tus padres, y principalmente contra mi. Sin embargo culminaste los estudios de Derecho obteniendo el doctorado en 1906, a tus 23 años de edad, y también culminaste tu rebeldía, no te incorporaste al negocio familiar, tu orgullo no te lo permitía, creí yo, pero para demostrarme que no era por orgullo que no trabajarías en algo pequeño, no buscaste un puesto de Abogado, sino que aceptaste un empleo de oficinista.

Cuando digo que tu adolescencia te marcó para siempre, me refiero a que desde esa edad decidiste: ser y quedarte siendo, una persona débil, tímida, retraída, introvertida, poco comunicativa y ver a tu padre como tu peor enemigo.

Te oí una vez manifestar que “los otros son la negación de uno mismo, por eso no me someto a la voluntad de otros”, sin embargo contradictoriamente, buscabas el criterio de otros para ser tú, según me lo contaron Max Brod, Antón Marty, Felice Bauer y otras de tus amigas, como Milena, ella fue precisamente, la que me hizo saber de la existencia de esta carta que te estoy contestando, pues nunca te atreviste a entregármela, y cabalmente lo manifiestas al inicio de ella diciendo: “que me tienes miedo y que ese miedo te disminuye frente a mi”, seguidamente te atreves a pensar por mi al decir que: “yo pienso que he trabajado a destajo mi vida entera, que lo he sacrificado todo por los hijos, y muy especialmente por ti, lo que te ha permitido vivir muy ‘por todo lo alto’, lo que te ha dado la libertad de estudiar y no tener la preocupación del pan de cada día”.

Por favor, hijo, ¿qué otra cosa quieres que piense?, si es precisamente lo que yo he hecho, para que pudieras estudiar sin tener que preocuparte de nada.

Efectivamente mi vida ha estado dedicada al trabajo, pero al trabajo no pensando sólo en mi, en mi bienestar únicamente, no, ha sido pensando en el bienestar de mi esposa y de mis hijos, principalmente mis preocupaciones se orientaron a que mis hijos tuvieran siempre lo mejor, a que no les faltara nada, para lo cual los padres deben renunciar a una serie de cosas que ofrece la vida. Eso ha hecho que en mi no hayas visto, un padre borracho, un padre vagabundo, o a una persona débil protegida por la excusa fácil. No has visto a un esposo que maltrate a tu madre, o a un incapaz de tomar decisiones.

¡Ah!, pero mencionas en tu carta, que: “yo he sido un padre frío, raro, ingrato, demasiado fuerte para ti”.

Te diré algo, tú reclamas ahora que: “necesitaste cuando niño un poco de aliento, un poco de amabalidad, un poco de dejar abierto tu camino, pero que en lugar de eso yo me encargué de cerrártelo”.

¿Te das cuenta de que has esperado hasta la edad de 36 años para decirme esto en una carta que no te atreviste a entregarme?

Perdóname, pero me parece que te resulta muy cómodo, con un doctorado en Derecho, con la experiencia que has adquirido, ver que el pasto es más verde en el otro prado.

Ahora resulta que tú, 36 años después, sabes, que le convenía y que no a un niño de tu edad.

No importa, esta bien que lo pienses, ¿pero sabes qué?, lo estas imaginando, nunca lo has hecho, no has sido padre, y no lo serás nunca, para que pongas en práctica tus teorías de buen padre. Me endilgas a mí, el que no hayas concretado proyectos matrimoniales, ¿cuándo has sido respetuoso de lo que yo diga o no diga? Esa es una excusa fácil.

Lo que ha sucedido y no quieres reconocer porque te falta valor, es que, no has tenido el coraje de asumir un proyecto matrimonial, cuando ese coraje se tiene, no existen barreras a nada; la verdad es que te ha dado pánico adquirir esa responsabilidad. Te lo digo porque como sabes conocimos tu madre y yo a Felice Bauer, la joven con la cual tuviste una relación de casi seis años, tiempo durante el que te comprometiste con ella dos veces a contraer matrimonio, compromisos a los que nos hiciste ir hasta Berlín, y las dos veces los rompiste. Sí, a la misma mujer que le escribiste más de 500 cartas, que le llegaste a escribir hasta tres cartas por día, y para tu madre que te dio la vida nunca una.

Tuviste la suerte de vivir y que tus dos siguientes hermanos murieran, de no haber sucedido así no habrías sido el único varón. Pudo haber sido al contrario, que nuestros dos primeros hijos murieran y que solo del tercero en adelante vivieran, entonces tú no serías tú, eso desde luego que nunca te detuviste a pensarlo, al contrario te dedicaste a pensar y a escribir absurdos.

Tú relación con Felice no podía terminar de otra manera, le colmaste la paciencia, vio que contigo era perder el tiempo, cambió de rumbo y se casó con otro. ¿Cómo se te pudo ocurrir decirle por escrito, a una mujer que te amaba, que: “¿todavía no te produce náuseas mi presencia?”, y agregarle como si fuera un dechado de galantería fluyendo de tu romántica pluma: “soy un blando gusano que se arrastra por el suelo”.

Resulta obvio que te horroriza la idea de ser padre, ah, pero sin embargo tienes las agallas para atreverte a decirme por escrito como serlo, por favor, fui padre de seis hijos, y seré esposo responsable hasta mi muerte.

Y te diré más, con Felice no acabó lo tuyo, sino que tú acabaste con ella, pues teniendo una relación con ella, conociste a su amiga, Grete Bloch, te la ganaste con tus debilidades, lamentos y falsas evocaciones de ternura, hasta que la embarazaste, nació un hijo que nunca te dignaste reconocer, eso para mi no tiene nombre, no puedo decir lo que pienso, pero a pesar de eso dices en tu carta que: “yo lo que hacía era contar historias poniéndome de ejemplo avergonzando a los demás”.

Vuelves a tus andadas, curiosamente con mujeres más fuertes que tú, enérgicas emprendedoras; temporalmente con Julie Wohryzek y luego con Milena Jessenská, mujer casada, cosa que no te importó, pues mantuviste esa relación por más de dos años, para relacionarte después con Dora Dymant, veinte años más joven que tú.

Te hiciste un pedestal y para enfilar tus baterías contra este pobre viejo de 70 años, para decirme que: “desde mi butaca yo domino el mundo, que mi opinión era la única acertada, cualquier otra era absurda, exaltada, de locos, anormal. Que yo no necesitaba ser consciente para tener siempre la razón”.

Agregas como para lucirte, que: “si yo no tenía la razón sobre algún tema, todas las opiniones que se dieran eran erróneas” y rematas tu arenga comparándome con “un tirano cuyo derecho esta basado en la propia persona, no en el pensamiento, (deduzco que este tipo e argumentaciones se derivan de tus conocimientos de Derecho, que obtuviste gracias a que yo te yo te mantenía mientras estudiabas, no me equivoco pues en tal sentido se lo advertiste a Milena, cuando le entregaste la carta, con la frase: “esta llena de triquiñuelas legales”).

Mencionas que: “yo he tenido aversión a tu quehacer literario y a todo lo relacionado con él”, y “que por eso te habías alejado un tanto de mi, y que eso te hace recordar al gusano que, aplastado por detrás de un pisotón, se libera con la parte delantera y repta hacia un lado”.

Argumentos iguales has usado en tus absurdos escritos sobre un individuo que amanece convertido, sin razón aparente, en un insecto, el cual titulaste “La Metamorfosis”. Evidentemente ese personaje no es otro que tú mismo implorando: ayuda, piedad, compasión, lástima, dando en la agonía el último grito, y para lograrlo no te importa causar repugnancia.

Dolorosamente deduzco que de mi no aprendiste a ser padre ni a ser hijo, menos a ser hombre: en consecuencia no sabes lo que es el amor filial, porque un hijo no se expresa de su padre, de la manera que tú lo haces, aun habiendo sido aquel un criminal.

Igualmente un padre, no se expresara de su hijo como lo haría cualquier hijo de vecino, aunque su hijo haya resultado ser el peor engendro, porque encima de todo, esta el amor paterno.

Te agrego, un hijo no debe expresarse, respecto a su padre, en forma despectiva, aun siendo en nombre de la Literatura.

Has dejado constando en tu diario, del 21 de julio de 1813, sobre tu persona: "Soy un hombre cerrado, taciturno, poco sociable, descontento, sin que todo ello constituya una infelicidad para mí, ya que es solamente el reflejo de mi meta. De mi modo de vivir en casa se puede sacar alguna deducción. Vivo en familia con personas bonísimas y afectuosas, más extraño que un extraño. Con mi madre no he cambiado en estos últimos años más de veinte palabras de promedio al día; con mi padre, nada más que el saludo. Con mis hermanas casadas y mis cuñados no hablo en absoluto, sin que esto signifique que esté enojado con ellos. El motivo es sencillamente éste: no tengo absolutamente nada que decirles. Todo cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí, por lo menos en mi opinión".

Quizá pases a la historia como el abanderado de los pesimistas, ya que el mundo se de-bate entre ese bando y el de los optimistas, y yo, seguramente gracias a ti, seré recordado como el prototipo del padre tirano, opresor, que en vez de formar un hijo lo deformé convirtiéndolo en “un blando gusano que se arrastra por el suelo”. No obstante te perdono, porque, un hijo es un hijo.

Te ama. Tu padre
(Tomado de "Las pepitas de Adán o las manzanas de Eva" de José Fragua)